Cuando Emilia era muy niña, esperaba que todos se durmieran y salía a volar en su bicicleta a escondidas. Daba pequeñas vueltas a la casa y noche tras noche llegaba y la ocultaba bajo la cama.
Mucho anduvo Emilia, y a lo largo de sus viajes iba siempre acompañada por su cobija pegajosa. Juntas daban vueltas y vueltas hasta llegar al espacio infinito y luego suavemente caían, hasta ir a parar al fondo de una gran almohada fría.
Emilia ya no monta su bicicleta. Ya no recuerda donde le dejó guardada. Tanto ha crecido que se le ha olvidado soñar.
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